Sumergiéndome al futuro
Estoy bajo el agua, con los ojos bien abiertos a
pesar del ardor, burbujas saliendo lentamente de mi nariz y boca. De repente,
la necesidad de tomar aire es insoportable y, finalmente, salgo a la
superficie. Este es tal vez el recuerdo más recurrente de mi niñez. Todos los
días me sumergía y exploraba, una y otra vez, el mundo submarino de la piscina.
Antes de caminar, ya chapoteaba en charcos y
platones con un éxtasis reservado únicamente a la inocencia de la infancia.
Conforme ese asombro inocente fue desapareciendo, un gusto nuevo empezó a
vislumbrarse en mí. Con mi niñez atrás y mi adolescencia por delante, el acto
de sumergirme en una piscina comenzó a satisfacer un gusto más maduro: el gusto
por la soledad. Ese gusto por la soledad no era proyección de un deseo de
aislarme de la gente, sino de un aprecio infinito por la quietud que la soledad
proporcionaba. Estar ahí, inmerso en el agua, ajeno de todas las preocupaciones
del día a día: ese era mi deseo más profundo. Fue así como el deseo de
sumergirme en el agua se convirtió en una parte esencial de mi rutina diaria,
era como una droga que dictaba todo lo que sucedía a mi alrededor. Era gracias
a esa pequeña actividad que mi mente se aclaraba, mis pensamientos se formaban
y mi vida tomaba dirección. Ese gusto por estar bajo el agua fue
definitivamente el que me brindó las pautas y oportunidades que me han
convertido en quien soy.
Cada vez, ese gusto y necesidad por la soledad que
me proporcionaba el estar bajo el agua se hacía más y más fuerte, y buscaba
constantemente nuevas formas de satisfacerla. Fue así como me inicié en el
buceo. En esta nueva actividad me reencontré con el asombro inocente de la
niñez, pues el mundo submarino, algo desconocido para mí en ese entonces,
desbordaba con maravillas llenas de misterio. Cada vez me intrigaba más y más
por el océano y su naturaleza extraordinaria, y despertaba en mí un sentimiento
de pertenencia hacia ésta. Fue precisamente ese sentimiento de pertenencia lo
que me impulsó a inscribirme en la jornada mundial de limpieza de playas de
PADI (institución internacional de buzos certificados). Solo ahora, años después, entiendo que esa transición de la inmersión en
el agua hacia el buceo era el paso más lógico. No bastaba con aclarar mi mente
cuando las ideas parecían nubladas, era necesario explotar la calma y claridad
que me brindaba el agua. Así, la transición hacia el buceo fue más que la
simple proyección de un deseo de la niñez, era la progresión necesaria hacia lo
que el poeta Robert Lowell y el filósofo Gabriel Torres (2005) llaman “La
mirada de Aquiles”: ese espacio indispensable en la vida de todos en el cual
logramos, mediante la soledad y la autocrítica, vislumbrar con facilidad
nuestras debilidades, fortalezas y deseos más profundos para descubrir nuestro
rumbo a seguir.
Son muchas las cosas que le
atribuyo y agradezco a mis padres, pero mi experiencia submarina nunca fue una
de esas, al menos no lo fue hasta hace poco. Cuando comencé a planear la manera
de relatar mi experiencia recurrí a varios amigos y me sorprendí con la
frecuencia que ellos me preguntaban cómo mis padres lo habían permitido. En
realidad, no era algo que hubiera considerado, pues ¿por qué estarían en
conflicto mis padres con la dirección que mi gusto por el agua había tomado? Y
fue entonces que lo comprendí: el buceo implica no solo un alto costo en
materia de dinero, sino en preocupación y canas. El dejar a un hijo
incursionarse en un mundo totalmente ajeno a lo conocido es uno de los mayores
sacrificios, y es algo que ahora, con la madurez de los años, se lo agradezco
profundamente a mis padres, pues fue el primer paso para convertirme en quien
soy hoy.
Las playas que nos designaron para limpiar, a mí y
a quienes nos acompañaron, fueron las de Juanchaco, Ladrilleros y las playas
adyacentes. El viaje estuvo lleno de expectativas. Ansiaba ver esas playas de
las que tanto se escuchaba y poder ayudar, aunque fuera un poco, en su
conservación. Hoy en día, no estoy seguro de lo que me iba a encontrar al
llegar, pero sí tengo la certeza de que es imposible que hubiera podido prever
el caos y el desastre en estas playas. Diferente a como lo había experimentado
en mis viajes de buceo, no eran peces y aves los que rondaban las playas y sus
aguas. Por el contrario, eran papeles, botellas y bolsas los que tapizaban tanto
potencial natural; eran agujas, pañales y vidrios con los que los niños, que
ahí habitaban, convivían al nadar. La situación, por
más triste y desastrosa que pareciera, solo era la punta del iceberg, pues de
los 6,4 millones de toneladas de basura que Green Peace (2007) estima terminan
en los océanos anualmente, solo el 15% termina en las playas, esto quiere decir
que toda la destrucción y contaminación que presenciábamos era tan solo una
pequeña parte del problema, lo que hacía la situación aún más preocupante.
Para muchos la situación no era alarmante, pues si
nuestras propias ciudades están tan atestadas de desechos, cómo no estarlo los
rincones naturales menos atendidos. No obstante, para mí, que había presenciado
la belleza enigmática del mundo marino, que había encontrado en él la calma negada
por el día a día, la situación era abrumadora. Aun así,
la falta de preocupación de las demás personas era desalentadora. No podía
creer que la mayoría de las personas no quedaran destrozadas al ver tal
devastación. Aún sin haber presenciado las bellezas del océano, la escena
debería despertar en todos, el sentido de conservación que la UNESCO (1993)
define como uno de los sentimientos más básicos del ser humano y factor
indispensable para la conservación del medio ambiente, tristemente, solo unos
pocos parecíamos tenerlo.
El caos parecía interminable: conforme limpiábamos,
la marea traía más y más desechos. Detrás de cada playa que habíamos
recuperado, había dos más que agonizaban entre la basura. La limpieza de
playas, aunque estuviera fundamentada en la buena voluntad de la gente, no era
la solución. La tarea era simplemente imposible. Sin importar cuánto tiempo
dedicáramos ni cuánta ayuda tuviéramos, las playas siempre estarían sucias, las
aguas seguirían infestadas de desechos y la vida del planeta peligraría. No, la
solución tenía que ser algo más a fondo, algo que realmente impactara el mundo
y protegiera esas maravillas que me brindaban tanto asombro, como paz. Fue así
como decidí hacer de esa solución mi meta personal.
Nunca antes había estado
tan decidido y seguro sobre algo ¿Qué fue lo que cambió en mí con esa
experiencia que me generó un sentimiento y pensamiento tan decidido? Quisiera
decir, tal vez por esa necesidad que todos tenemos de sentirnos moralmente correctos,
que lo que viví me brindó valores y me mostró que tomar acción sobre la
situación era lo más correcto. No obstante, aclaro, con un poco de vergüenza,
que, si bien el factor emocional y moral fueron componentes importantes en mi
impulso a actuar, fue un pensamiento totalmente racional y pragmático lo que me
dio el último empujón. Tal y como lo expresaron Charles S. Pierce y William James,
precursores del Pragmatismo como movimiento filosófico, y como lo recogen
Giovanni Reale y Darío Antiseri (1991) “La moral no distingue, pues, entre el
bien y el mal…” y señalan que la cuestión moral se centra en cambio en “…preferir
aquellos ideales cuya realización comporte la destrucción de la menor cantidad
posible de otros ideales, y un universo más rico en posibilidades.” Así pues,
mi decisión de actuar no se centró únicamente en cuestiones emocionales y
morales (en el sentido común de la palabra), sino en reflexiones lógicas y
pragmáticas. Considero importante aclarar esto, pues hasta ahora he presentado
la influencia de mi gusto por el agua en mi construcción como persona desde un
punto meramente emocional y subjetivo, mas ahora entiendo que dicho gusto no
solo me ha dirigido hacia lo que sería correcto hacer, sino hacia lo que sería
más lógico y viable, una cuestión de alta importancia a la hora de desarrollar
nuestro futuro.
La búsqueda de esa solución me llevó a adentrarme
en el mundo de la ecología. Las energías renovables, urbanización ecológica y
la producción sostenible se convirtieron en mis nuevas pasiones. Decidí, aun
estando lejos de graduarme, que la Ingeniería Ambiental era mi carrera a
seguir. Fascinado por las infinitas posibilidades que me brindaba la carrera,
buscaba cada vez más soluciones ingeniosas que permitieran proteger y preservar
aquel mundo de agua que me apasionaba. Quién hubiera pensado que lo comenzó
como un asombro inocente desencadenaría en reflexiones maduras sobre el futuro
de nuestro planeta.
El tiempo de graduarme se acercó, y con éste, la
cruda realidad: la carrera que me apasionaba no tenía bases fuertes en Colombia
y, por lo tanto, su estudio y ejecución no tenían peso real. Debía, entonces,
estudiar una carrera que me permitiera ejercer las cuestiones ecológicas y que
tuviera peso y trayectoria en el país. Finalmente, el futuro se hizo claro: la
Ingeniería industrial era la carrera ideal para mí. Era una carrera que me
permitiría desarrollarme en el ámbito ecológico, en especial en la producción
sostenible, y así poder contribuir a la preservación del medio ambiente.
Es extraño cómo los gustos más inocentes pueden
evolucionar con el tiempo para convertirse en el motor que nos dirige cada vez
más alto en el futuro. Para mí, el gusto por estar sumergido en el agua fue
precisamente eso: un generador de expectativas y un potenciador de emociones
que, poco a poco, fueron forjando el camino hacia donde estoy, y lo seguirán
forjando hacia cosas cada vez más grandes. Aún más que
una pasión y un motor emocional, el gusto por estar sumergido bajo el agua fue
una ventana de oportunidad. Fue ese gustó quien me otorgó ese espacio de
reflexión y autocrítica necesario en la vida de todos. Gracias a él, entendí el
amor, sacrificio y apoyo de mis padres, lo que me ha brindado seguridad en cada
paso que he tomado hacia donde estoy hoy. Es por ese gusto que despertó en mí un
sentido de pertenencia y amor por la naturaleza que me diferencia de la mayoría,
así como un carácter pragmático que ha marcado la diferencia en mis decisiones.
Fueron las experiencias a la cuales me llevó ese gusto por el estar bajo el
agua, las que abrieron mis ojos, desolaron mi corazón y me dieron la pauta
final para convertirme en quien soy hoy y en quien seré mañana.
Referencias bibliográficas
-Allstop, M., Johnston, P.,
Santillo, D., & Walters, A. (2007). Contaminación
en los océanos del mundo. Abril 12, 2016, de Greenpeace Sitio web: http://www.greenpeace.org/espana/es/reports/contaminaci-n-por-plasticos-en/
-Antiseri, D. & Reale, G.. (1991). Historia del pensamiento filosófico y científico. Barcelona:
Herder.
-Torres, G. (2005). Robert
Lowell: La mirada de Aquiles. Valencia: Universitat de València. pp.29-31
-(1993). Educación ambiental:
principios de enseñanza y aprendizaje. Madrid: UNESCO. P. 20
Miguel, tu ensayo autobiográfico es bastante interesante y como lector nos permite adentrarnos en la historia; nos ilustras lo suficiente tu experiencia como buzo y lo que este te genera, liberándote de las preocupaciones que te trae el día a día, aclarando tus pensamientos y dando un nuevo enfoque a tu vida. Dentro de todos los aspectos que nos cuentas acerca de tu vida se puede destacar esa pasión por el mundo submarino y lo ambiental. Sin embargo, saber y reconocer cómo te impacta la indiferencia de las personas por el cuidado de las playas nos enseñas que tienes metas bastantes claras que conllevan a nuevas ideas para una posible solución.
ResponderEliminarDaniela Reyes
Lina cabezas
Universidad Nacional de Colombia.